Pasas un día de perros, donde el 90% de las cosas te han salido mal y el 10% restante peor; sientes que podrías desaparecer en este momento de la faz de la tierra, explotando como una pequeña bomba molotov hecha de confeti.
Qué se puede hacer ante tan triste existencia? : Pues ir a que te laven la cabeza.
Sal en busca de unas manos rebosantes de atención y sumerge en ellas tu perturbado cráneo.
Reclina tu cabeza y fija la mirada en el techo, mientras unas delicadas manos masajean tu cuero cabelludo como tratando de dar orden al desorden cerebral que llevas dentro. Detén tu mirada sobre el techo blanco que se despliega ante tí, un lienzo tan blanco como tus pensamientos en ese momento, no hay signo de actividad neuronal, solo un enorme espacio de silencio.
Déjate seducir por esos dedos largos y delicadamente femeninos que cubren con champús de ricos olores cada hebra de tu pelo, al punto de que casi podrías declararle tu amor eterno a esa mujer si sigue consintiéndote de esa manera.
Siente como remoja tu cabello, lo retuerce suavemente y lo vuelve a mojar. Piensas en lo delicioso que sería soltar todas tus torturas y desventuras y dejarlas ir con el agua jabonosa que emana de tu cabello y desaparece por la cañería.
Es imposible no cerrar los ojos antes tal estimulo. Sientes como ella con sus manos te acomoda las ideas: las más malas las acomoda cerca de las orejas, las buenas en la base del cráneo y si se lo pides puede que te acomode las mejores a la altura de la frente, para que las recuerdes cada vez que te veas al espejo.
Recuerdas la rabieta que te hiciste a vos mismo ante la idea de ir al salón a que te hicieran algo en la cabeza y sonríes hacia tus adentros pensando en lo que te hubieras perdido; ahora, podrías quedarte en esa posición el resto de la eternidad.
Sabes que el tiempo pasa rápido y que en cualquier momento el idilio de agua, manos y champús de mil olores se dará por terminado y te resistes a enfrentarte a tal pena, aún hay mucho que lavar en tu cabeza, tanta mugre recogida por años y años de malas decisiones y malos pensamientos se ha vuelto dura de roer.
Por fin llega el momento, sientes que las manos detienen su vaivén entre tus cabellos y se sacude tu cabeza entre el roce de una toalla seca, es hora de partir. Te levantas de la cómoda silla un poco aturdido de retomar tu postura erguida, mientras tu cabello esponjado y limpio se te viene para la cara.
La muchacha te mira y te pregunta qué te quieres hacer, a lo que respondes que nada, sólo ocupabas el “cocowash”…
¿Cuánto le debo señorita?.