Vamos, sentémonos a conversar.
Acerca la silla que descansa su respaldar en la fría pared y calienta con tu cuerpo su forro de cuerina. Haz de cuenta que es la primera vez que tratamos de no ir al punto sin sentir que nos queman las ansias por dentro.
Yo prefiero sentarme en el suelo, frente a tí, así si algo de lo que te diga te sonroja podré ver tu deliciosa expresión.
Puedo meter mi pie entre el ruedo de tu pantalón?, si eso te desconcetra házmelo saber.
Lánzate al abismo, saca el primer tema de conversación de nuestra velada, que entre nosotros las palabras fluyen como ríos caudalosos sin control, y con la misma fuerza de una despiadada cabeza de agua se llevan al tiempo entre sus garras.
Es inevitable no seguirte el verbo, me atrapa el olor de tus pensamientos.
Hablamos por horas, sin mirar el reloj, sin recordar compromisos, sin pensar en consecuencias, por que la peor de ellas, en este momento, es no poder soltar al aire las palabras que ahora revolotean frente a nosotros; no podemos privar a nuestras gargantas de sentirse rozadas por ellas.
Inclinate un poco, dame un beso que me alerte de que el tema se ha consumido y tenemos que comenzar otro. Mirame como quién no piensa en nada pero abarrota su mente de pensamientos, pensamientos que no van más allá de este pequeño lugar.
Quieres vino para apaciguar la resequedad de tu boca?, aunque disimulas puedo notar que lo necesitas; para seguir hablando de cosas que nadie más entiende hay que humedecer el cuerpo.
Te propongo un tema, el cual siempre aceptas, sabes que al final terminaremos por hablar del mismo tema al cual llegamos todas nuestras noches.
Me pones en jaque, insistes en desbalancearme, quieres ver que tan frágil puedo llegar a ser y me bombardeas con frases y datos, esperas que mi respuestas estén a la altura de tu apuesta, de la apuesta que hiciste al quedarte conmigo.
Nunca he guardado silencio, te veo directamente a los ojos y aunque sé que notas como me derrito por dentro te expongo mi punto de vista, mi opinión, te das por satisfecho y continuamos con nuestro idilio verbal.
Y así transcurren las horas, y aunque resentido el cuerpo pide descanso hacemos caso omiso a su reclamo, por que cada noche es como si fuera la última, y así podría ser.
Acercame mi cartera, es tarde y me quiero ir, pero mientras lo haces sigue hablando y si notas que bajo mi cabeza no te sientas mal, es sólo que quiero verme para poder constatar de que realmente estoy aquí, de que no estoy soñando.
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