Hoy he decidido beberme en gigantes sorbos este amor que me está lacerando el sentido. Lo beberé sin derramar gota alguna, para que no quede evidencia de su existencia.
No puedo arrojarlo al viento, porque podría sentirse lleno de vida con el roce del viento, podría tomar impulso y sentirse enérgico, desnudarse y mostrarse sin reparar en miedos.
No puedo enterrarlo bajo cien capas de tierra por que podría expandirse por las praderas, por los campos, por los desiertos, por las ciudades y volver a la superficie como un botón de rosa, como una espiga danzante, como un jugoso fruto.
No puedo lanzarlo al inmenso mar por que podría sentir ganas de mezclarse con las olas y la sal, y luego podría llegar a la costa y entre murmullos marinos contar el secreto.
No puedo dejarlo en la oscuridad porque podría llamarlo a gritos pidiendo su ayuda.
No puedo arrojarlo al fuego porque está hecho de fulgurante pasión, pasión que quema, que derrite.
No puedo enviarlo al cielo porque no es bienvenido, no puedo desterrarlo al infierno porque de ahí ha salido.
No puedo encerrarlo entre las paredes de mi silencio porque podría engañarme y hacerme decir cosas que no quiero.
No puedo dejarlo en un rincón porque su eterno llanto no me dejaría dormir por las noches.
No puedo regalarlo porque tiene dueño.
No puedo dejarlo debajo de mi almohada porque podría seducirme de nuevo con su arrullo.
No puedo endosárselo al tiempo porque él no ha podido exterminarlo.
No puedo dejárselo al dolor porque lo torturaría por toda la eternidad.
No puedo entregárselo a mis deseos por que acabarían con mi paz.
No puedo vivir con él porque me envenena.
Por eso es que lo bebo para que no quede rastro de que alguna vez existió; lo bebo sin saborearlo, como un trago amargo, como un espeso brebaje envenenado.
No puedo arrojarlo al viento, porque podría sentirse lleno de vida con el roce del viento, podría tomar impulso y sentirse enérgico, desnudarse y mostrarse sin reparar en miedos.
No puedo enterrarlo bajo cien capas de tierra por que podría expandirse por las praderas, por los campos, por los desiertos, por las ciudades y volver a la superficie como un botón de rosa, como una espiga danzante, como un jugoso fruto.
No puedo lanzarlo al inmenso mar por que podría sentir ganas de mezclarse con las olas y la sal, y luego podría llegar a la costa y entre murmullos marinos contar el secreto.
No puedo dejarlo en la oscuridad porque podría llamarlo a gritos pidiendo su ayuda.
No puedo arrojarlo al fuego porque está hecho de fulgurante pasión, pasión que quema, que derrite.
No puedo enviarlo al cielo porque no es bienvenido, no puedo desterrarlo al infierno porque de ahí ha salido.
No puedo encerrarlo entre las paredes de mi silencio porque podría engañarme y hacerme decir cosas que no quiero.
No puedo dejarlo en un rincón porque su eterno llanto no me dejaría dormir por las noches.
No puedo regalarlo porque tiene dueño.
No puedo dejarlo debajo de mi almohada porque podría seducirme de nuevo con su arrullo.
No puedo endosárselo al tiempo porque él no ha podido exterminarlo.
No puedo dejárselo al dolor porque lo torturaría por toda la eternidad.
No puedo entregárselo a mis deseos por que acabarían con mi paz.
No puedo vivir con él porque me envenena.
Por eso es que lo bebo para que no quede rastro de que alguna vez existió; lo bebo sin saborearlo, como un trago amargo, como un espeso brebaje envenenado.
es amor... o es desamor... esa es la duda que tengo al releer tu entrada... el amor, prefiero beberlo a sorbitos, disfrutando cada instante... y el desamor, a grandes tragos y sin respirar...
ResponderEliminarEs lo uno y lo otro... es un amor no correspondido.
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