Qué es una MAN KILLER?

Una Man Killer es una mujer dinámica, enérgica, inteligente y decidida. Es la perfecta compañera para lograr las metas en común y tener libertad para lograr las personales.


Una Man Killer nunca será sumisa ni torpe al hablar, su voz es fuerte y decidida, sabe lo que quiere, lo que le beneficia y sabe cuando dejar atrás lo que no la ayuda a ser mejor.

Como todos una Man Killer tiene sus días malos, pero de ella misma depende de que solo sea eso, un día...


viernes, 27 de agosto de 2010

Sin edición


Estas son 3 entradas que no tienen edición alguna y están inspiradas en tres canciones diferentes.
Cada una la escribí durante la duración de cada canción.


Camino sobre una serpiente de asfalto, curveada de cuanto en cuanto, los pies calientes y maltratados no saben cómo detener el paso, buscan agonizantes el horizonte que se dibuja a la distancia.

Un olor a tierra seca se cola por mi nariz mientras, frente a mis ojos se derriten los colores del atardecer.

Corto con mi brazo extendido el aire cargado de humedad y sigo el camino que me dicta el sonido de la armónica.

No llevo equipaje, ni tengo alguien a mi lado, solo recorro el camino en compañía de mi corazón palpitante.

Amo la sensación de la roja tierra que se aferra a mis pies, no hay cansancio tortuoso en mi andar, solo la sensación de libertad, esa libertad que me libera de cualquier complejo, de cualquier deber de cualquier deuda sin saldar.

Camino, eso es lo que importa.

(Lo escribí mientras escuchaba Midnight Cowboy de John Barry http://www.youtube.com/watch?v=q9GxJTtpjKU)


Música suave, ligera, sensual. Música que pone tu cuerpo a flotar.

Ella se aferra a tu cuello como un elegante collar de perlas, dormita en tu pecho como un exquisito diamante, engalana tus labios como un hermoso labial carmesí.

Eres la reina de la noche, las miradas te siguen por el salón impregnado de derroche y seducción.

Las trompetas marcan tu paso, elegante, pausado.

Todos te miran, te desean, mientras tu mirada se desliza por las paredes ignorando con arrogancia la insistente provocación de los presentes.

Imaginas como todos caen a tus pies mientras te visten en pieles y joyas, todos mendigos postrados ante tu presencia implorando un poco de tu elixir, de tu pasión.

Te sientas y llevas con tu largo y pálido dedo el compás de la música, el mundo es tuyo, pese a quien le pese.

Enciendes un cigarro y a bocanadas esparces tu veneno. Tus pestañas oscilan al compás de tus ojos, enmarcados bajo una luz sobrenatural, que aviva el fuego que hay dentro de ellos.

Abre tus labios, da un sorbo al champagne, pero que sea pequeño aunque por dentro te mate la sed del exceso. Debes mantener a la zorra enjaulada, no dejes que la presa se te escape por culpa de una imprudencia.

Lleva el ritmo, cruza la pierna, lleva tu mano al rostro y concéntrate en la música, pues parece que ella sale de los instrumentos sólo para adorar tu belleza.

Siente como late tu corazón, esa música te transforma, te convierte en la dama de diamantes, en la diosa encarnada, en una fantasía hecha realidad.

(Lo escribí mientras escuchaba Moonlight Serenade de Glen Miller http://www.youtube.com/watch?v=n92ATE3IgIs )




No recuerdo como llegué hasta aquí, pero debo estar cerca del cielo.

El cielo de mis sueños, aquel que no es celeste y blanco sino mas bien una explosión de rojos, amarillos y magentas.

Ante mí una montaña, pequeña y encumbrada que me incita a seguirla.

Camino sobre ella por horas, sintiendo la brisa que me roza el cuello, siento como miles de sombras me siguen de cerca el paso.

Siento una libertad reconfortante pero inestable, que me puede abandonar al menor tropiezo al caminar por esta la montaña.

El cielo es inmenso infinito y cargado de muchas nubes, nubes que me recuerdan sueños hechos de humo que mucho tiempo atrás fueron parte de una visión tan nítida de la vida.

Ahora aquello que era importante ya no lo es tanto, aquello que me alegraba ahora es superfluo, aquello que yo amaba ahora no me llena el corazón de vida, mi rumbo es otro, más auténtico, más libre, más extenso, como una planicie, donde crece el pasto siempre a la misma altura y donde el viento recoge fragancias de flores que se encuentran muy lejos de aquí.

Sigamos avanzando, aplaudamos fuerte y que el eco de las palmas guíe nuestros pasos.

(Lo escribí mientras escuchaba Rise de Herb Alpert http://www.youtube.com/watch?v=ennMD1fPtXA)

miércoles, 18 de agosto de 2010

Juego Siniestro


Tengo ya varias noches escuchando los sermones de una luciérnaga en mi oído, la desgraciada parece que es invisible porque al encender la luz nunca logro encontrarla.

Cierro los ojos y trato de descansar, no hacer caso a su verborrea, pero tardo en caer en sueño profundo cuando me veo cercada por enormes arboles de delgados troncos que se dejan caer sobre mí, uno por uno, tomados de la mano, como si se tratase de un dominó. Los esquivo a duras penas pero siguen cayendo por toda la eternidad. Me despierto exhausta y escucho al respaldar de mi cama decir que estoy loca.

Me como las uñas hasta que mis dedos empiezan a sangrar, camino descalza, en círculos por la habitación, tengo una llave, pero olvidé donde guardé la puerta que me permite salir de aquí.

Tengo a mano una puerta que da al jardín, pero si llego allá me tocará participar de los juegos siniestros y volveré a sentir una insaciable angustia. Me estoy volviendo loca?.

De un manotazo dado casi por inercia logró matar a la luciérnaga inquisidora y cercenadora de conciencias, la pobre queda abatida, azotada en la pared. Puedo ver como sus entrañas caen al suelo, tengo que tener cuidado para no pisar las gotitas de mercurio que se mueven por el piso de la habitación, ellas salieron despavoridas cuando sin querer dejé caer un termómetro.

Trato de cerrar nuevamente los ojos y conciliar el sueño, tal vez de esta forma pueda encontrar la puerta que necesito. Inevitablemente llego al jardín y estoy dormitando encima de una delgada tela de araña. Como cartas hechas de humo vienen a mi cabeza cada una de mis tareas, como parte del juego siniestro. No debo dejar que caiga al suelo la mariquita de goma, ni tengo que dejar de cosechar la canica amarilla que está en el árbol que viene hacia a mí e intenta desplomarse.

Despierto de nuevo, agotada. Me como una jugosa cereza, que se desgarra dramáticamente entre mis labios. Me estoy volviendo loca?.

No tengo voluntad para nada, ni para limpiar las raíces que se abrazan a mi cama, quiero ser invisible para el mundo, que todos me den por muerta, estoy cansada de contar los años.

Quiero volver al sueño del que tanto escapé, quiero volver y sucumbir antes los arboles que me quiebran los huesos al abalanzárseme encima, quiero dejar caer la mariquita de goma, quiero dejar que la caniquita amarilla se pudra en ese árbol, quiero ver qué pasaría si pierdo este juego siniestro…

martes, 17 de agosto de 2010

Ideas y pensamientos de una infancia feliz: algunas aun ciertas otras no tanto.

Cuando era niña pensaba que sabía cantar la canción “Sixteen Tons” con un inglés fluido y melodioso: ahora sé que ni siquiera a esta edad sería capaz de cantarla.
El objetivo de que a mi corta edad yo cometiera tan brutal asesinato musical era el deleitar a mi querida tía Lucía quien grababa mis alaridos incomprensibles en un cassette para la posteridad.

Cuando era niña pensaba que mi mamá podría pensar en cualquier momento en devolver a mi hermano que estaba a punto de nacer: por eso mi hermana y yo nos enfrascamos por meses en un proceso de negociación con mi madre para que no lo devolviera, inclusive ambas nos comprometimos a lavar pañales a cambio de que mi hermano llegara a nuestro hogar. Con el tiempo me di cuenta de que devolverlo era imposible y que aveces aunque quisiéramos devolverlo no era posible.

Cuando era niña pensaba que el helado de leche condensada con higos y bolitas de chocolate era el mejor helado del mundo: todo cambió después de “dos pegas” y de conocer los gelatos italianos.

Cuando era niña mi hermana permanecía siempre asustada por una mano peluda que la atormentaba: cuando creces te siguen atormentando y en mayor medida manos y demás partes de cuerpos peludas, pero en el caso específico de esta creencia infantil si existía una mano peluda y detrás de ella la mente criminal que le daba vida era yo.

Cuando era niña pensaba que los dos dientes del frente que me faltaban me hacían ver sexy: eso definitivamente era verdad!.

Cuando era niña pensaba que mi abuelita siempre fue abuela: esto definitivamente lo sigo creyendo, no hay pruebas físicas que me hayan hecho pensar lo contrario.

Cuando era niña pensaba que la luna estaba hecha de Soplitos: luego con el tiempo me di cuenta de que era imposible, primero por lo difícil que podria resultar el mantener el soplito en buen estado y segundo descontinuaron el producto, por lo tanto deberían de haberla reemplazado por cheetos o meneítos.

Cuando era pequeña pensaba que Kalimán era sexy: también lo pensaba de Ulises 31 y el Capitán Raimar, que más podía hacer cuando los hombres a mi alrededor no tenían dientes, lloraban cada vez que los dejaban en el aula o les gustaba comer mocos.

Cuando era niña pensaba que cuando grande iba a ser arqueóloga: aunque siempre descubro todo tipo de momias en mi camino nunca logré cumplir este sueño.

Cuando era pequeña pensaba que mi tía era una especie de bruja que veía todas mis travesuras: con el tiempo me di cuenta que no era tan bruja era solo el hecho de que cada vez que yo hacia alguna travesura corria inmediatamente hasta donde ella y me le quedaba viendo fijamente hasta que ella me preguntaba que había hecho.

martes, 10 de agosto de 2010

Karla



Cuando era niña tuve una amiga llamada Karla.

Karla era mi amiga inseparable, prácticamente mi alma gemela y al ser yo primogénita y tener una hermana que llegaría hasta dos años después pude conseguir en Karla la compañera perfecta de juego.

En ese tiempo tenía bastante tiempo libre, estaba muy pequeña para asistir al kínder y no existían todos esos niveles previos al kínder que actualmente existen, así que Karla llegó a mi vida como anillo al dedo.

No recuerdo que pensaban mi padres acerca de ella, creo que les era indiferente a menos de que yo comenzara a alardear de nuestras hazañas juntas para lo cual exigía la mayor atención de ambos progenitores.

De vez en cuando Karla se sentaba a la mesa con nosotros a la hora del almuerzo o la cena. No recuerdo muy bien, pero creo que sus ojos al sentarse frente a la mesa no divisaban lo que se había preparado para comer.

Más de una vez alarmada e irritada grité para avisarle a mi papá o mi mamá que estaban a punto de sentarse encima de ella. Karla frente a mis padres era muy callada, por eso pasaba tan desapercibida.

En otra ocasión mientras mi papá lavaba el auto tuve que gritar de nuevo para advertirle que estaba empapando a Karla, la muy tonta se había acomodado muy curiosa junto al carro y mi papá sin querer prácticamente la bañó con la manguera.

Aunque la amaba mucho y era mi mejor amiga a veces andar con Karla era una verdadero suplicio, le gustaba que siempre anduviéramos de la mano, creo que era para sentirse más segura, como si quisiera confirmar su existencia; sin embargo andar de la mano con Karla era cansadísimo, porque me tocaba caminar un poco agachada y encorvada para poder sostener su pequeña mano.

Así mi mamá me veía pasar de un lado al otro de la casa como si tuviera una estaca atravesada entre pecho y espalda y que ésta me estuviera acartonando el cuerpo.

Karla llegaba todos los días a mi casa, de hecho creo que nunca se iba, dormía, jugaba, comía siempre conmigo.

Muchas veces pensé que sería importante que por lo menos mi mamá conociera mejor a Karla, ya que prácticamente vivía en la casa, pero nunca lo pude hacer porque ella siempre huía y se escondía debajo de la cama cuando mi mamá llegaba. Ambas teníamos la idea de que escondernos debajo de la cama era volverse prácticamente invisible: podíamos ver los pies de mi tía y mi mamá donde pasaban de un lado al otro, podía ver como mi tía arrastraba graciosamente el pie derecho al dar el paso y como mi mamá caminaba siempre a grandes zancadas.

Nos encantaba matar el tiempo juntas acostadas en el sillón de la sala, claro que Karla era más astuta, siempre escogía “el rincón” por lo que yo siempre quedaba acostada de forma tambaleante en la orilla del sofá.

Es imposible que recuerde cómo era ella, solo recuerdo que era muy bajita y que su nombre era el más hermoso que había escuchado en mi vida; aunque casi puedo asegurar que era muy peluda.

También es imposible recordar cuándo fue la última vez que la vi, nunca se despidió, desapareció casi al mismo tiempo que apareció mi hermana menor.

Creo que si estas alturas de mi vida Karla reapareciera podría sentir un poco de terror, sobre todo por el hecho de que a los años me di cuenta que inexplicablemente la única que la veía era yo.

Basado en mi vida real :)

Demasiado


Demasiado dramática. Demasiado inestable. Demasiado creativa. Demasiado fantasiosa. Demasiado mentirosa. Demasiado frágil. Demasiado ingenua. Demasiado loca. Demasiado ingeniosa. Demasiado irritante. Demasiado alegre. Demasiado payasa. Demasiado melancólica. Demasiado extraviada. Demasiado aguantadora. Demasiado exigente. Demasiado “valeverguista”. Demasiado compleja. Demasiado práctica. Demasiado “intrigosa”. Demasiado llorona. Demasiado insegura. Demasiado comprometida. Demasiado buena gente. Demasiado rencorosa. Demasiado egoísta. Demasiado accesible. Demasiado lejana. Demasiado buena. Demasiado mala. Demasiado triste. Demasiado particular. Demasiado anormal. Demasiado ruin. Demasiado cansada. Demasiado enérgica. Demasiado artera. Demasiado punzante. Demasiado volátil. Demasiado intensa. Demasiado atrevida. Demasiado tímida. Demasiado confundida. Demasiado desesperada. Demasiado ansiosa. Demasiado viciosa. Demasiado amigable. Demasiado carnal.

Cuantos demasiados más me hacen falta?

sábado, 7 de agosto de 2010

"A medias"


Cristina supo lo que es ser amada “a medias” durante toda su vida.

Cuando era pequeña compartía el amor de sus padres con 3 hermanos más, nunca logró ser de los cuatro la preferida de papá y mamá, estuvo muy cerca de serlo, ya que desde que nació cautivaba a todos con su belleza y con su inteligencia, pero aún así Cristina nunca cumplía con el último requisito que le permitiera ser amada completamente, por ejemplo no era la preferida de papá por el hecho de ser un poco torpe en los deportes, eso hacía que su hermana mayor fuera los ojos de su padre, por otro lado, tampoco era la preferida de mamá por que Cristina era un poco chillona al llorar y eso la exasperaba, por eso era su hermano menor el que iba junto a su mamá en cualquier reunión o evento familiar.

Luego Cristina conforme creció se rodeó de mucha gente que la estimaba.

Siempre responsable y con una actitud positiva Cristina era amada por todos, pero nuevamente “a medias”. Sus compañeros de trabajo al estimaban pero era casi seguro que ninguna estaría dispuesto a cubrirle un día de vacaciones, convidarle la mitad del sándwich del desayuno o darle un aventón a su casa, para su desgracia Cristina era espléndida pero pareciera que no lo suficiente.

Cristina tenía un grupo de amigos que la acompañan desde la secundaria, todos son muy unidos y han estado juntos en alegrías y en tristezas; todos quieren muchísimo a Cristina y ella los ama de una forma completa y sincera, pero inexplicablemente ellos la aman “a medias”: Cristina fue la única de todas sus amigas en la que no pensaron pedirle ser la madrina de alguno de sus hijos, nunca alguien del grupo pensó en Cristina como su madrina de bodas; la mejor amiga de Cristina, por la cual ella daría la vida, nunca la llama cuando necesita que alguien la escuche en medio de alguna crisis sentimental. Todos sus amigos hombres la ven como una gran mujer pero ninguno se arriesgaría a entablar una relación con ella, sienten que está un poco loca.

Ninguno de ellos saldría en su auxilio a media noche en una noche lluviosa, tampoco le harían el favor de cuidar su perro un fin de semana, ninguno de ellos la ama lo suficiente para hacer estos y otros sacrificios.

La vida siguió transcurriendo y Cristina que nunca se había percatado de su situación empezó a darse cuenta de ella en el momento que el corazón se le aceleró por primera vez, cuando literalmente conoció el amor.

Cristina se entregaba completamente en sus relaciones, era una mujer comprensiva, “chineadora”, graciosa, “casi” de otro mundo. Los hombres se sentían atraídos por ella de una manera instantánea, era como un tentador caramelo de miel que todos querían saborear en la boca, sin embargo muchos preferían no caer en la tentación, era demasiado buena para ser real, pensaban unos.

Cristina tenía un record insuperable de ocasiones en que un hombre la había dejado plantada en un restaurante, un bar o bajo un aguacero en la parada de buses. Cristina tenia la paciencia de esperarlos por horas para que después con el corazón hecho nudo se resignara a volver a casa sin siquiera una llamada del fulano disculpándose por el plantón.

Cuando los hombres veian a Cristian quedaban fascinados y siempre querían verla de nuevo, por eso le decían que al dia siguiente o el fin de semana la llamarían para que salieran a pasear, eso nunca sucedía, y la pobre Cristina se quedaba en casa en tacones, con las piernas cruzadas comiendo helado frente al televisor.

Todos, absolutamente todos la amaban “a medias”. Nunca nadie le propuso matrimonio, de todas sus amigas fue la única que no se casó, nunca nadie le llevó serenata, tampoco supo lo que es que alguien le dedicara una canción o le declarara su amor en una carta. Nunca nadie lloró de amor por ella, nunca nadie lloró por no poseerla, se rodeó de hombres que al final adoptaron el papel de amigos, que la querían “a medias”.

Ella sabía que se dice que siempre en las relaciones hay alguien que ama más, lo que no entendía era por qué siempre era ella.

Cristina no comprendía por qué nunca podía llegar a sentir que alguien la amaba completamente, siempre era buena pero no excelente, era maravillosa pero no extraordinaria, era algo así como una réplica exacta de un diamante pero hecha de plástico.

Cuando Cristina cumplió los 50 años se dio cuenta de que había podido sobrevivir a su necesidad de ser amada uniendo las mitades de amor que sus padres, sus amigos y la vida le habían dado.

Ya con 52 años se hizo acompañar de un caballero que curiosamente también la amaba “a medias”. El “esposo” de Cristina la apreciaba pero nunca le confiaba sus sentimientos, Cristina nunca escuchó salir de su boca ni siquiera un “te quiero”, él nunca se preocupó por saber de sus gustos, siempre le regalaba una bufanda en sus cumpleaños, y aunque él disfrutaba de su compañía ella sabía que su alma estaba reposando en otros brazos.

Cristina esperó hasta el final de sus días encontrar un amor completo, algunas veces pensó que tal vez lo hubiera encontrado en un hijo, que al ser sangre de su sangre debería heredar su capacidad de amar sin límites, pero nunca lo pudo comprobar.

Ahora Cristina ya no está, y ninguno de nosotros podemos asegurar que haya encontrado el amor completo y puro que anhelaba más allá de la vida, aunque esa es la esperanza con la que cerró sus ojos el día de su muerte.

Y así como fue su vida así es la lápida de la tumba de Cristina, la cual no tiene ninguna leyenda más que su nombre, porque al final nadie la amó lo suficiente para inmortalizar en su tumba su amor por ella.

jueves, 5 de agosto de 2010

Ideas al aire


Aveces me gustaría tomarme de la mano, asirme por la cintura, sentarme en un muro, salir corriendo y dejarme abandonada.

Aveces me gustaría sentirme capaz de sostener en brazos las cosas más hermosas que me atemorizan, sin tener miedo a corromperlas de alguna manera.

Poder tomar las tristezas, triturarlas y convertirlas en confeti de colores para luego tirarlas al viento, para que planeen sin rumbo.

Sé que tengo poca vida para tantas preocupaciones y me he dado cuenta de que maniobrar tantos problemas y temores es difícil y que cuando éstos se me escurren y se precipitan hacia el suelo revientan y parece que se esfumaran, por eso estoy decidida desdoblar mi regazo y dejar que todas caigan y se hagan mil pedazos.

Estoy decidida a que un día cualquiera me pondré de pie en medio de la nada, con los pies juntos y la cabeza erguida, extenderé los brazos hasta donde el alma aguante, cerraré los ojos, escupiré un suspiro y esperaré aquello que el destino envíe a mis brazos.

Muy en el fondo espero que seas tú lo que llegue a mi encuentro.

Quiero tener la certeza de que los surcos que bordean las comisuras de mis labios sean la prueba de que en mi rostro se han esbozado mil y una sonrisa, de que las ojeras que cuelgan de mis ojos son resultado de velar tu sueño, que mi universo es tan vasto y escarchado como cuando tenía 5 años.

Quiero escribir sin guión definido, quiero gritar improperios sin restricción alguna, quiero ser yo con o sin maquillaje, siendo bella o deslucida, siendo espléndida o arrogante, ser yo a capela.

Quiero tapizar mi cielo con tus fotos, que hacia donde mire vea tu rostro; quiero contarte un secreto al oído mientras muerdo tu oreja, quiero decirte todo lo que siento.

Me gustaría desaparecer un año completo y saber si alguien extraña mi presencia, quiero saber lo que saben los muertos, quiero saber quién llorará sobre mi sepulcro.

Quisiera vivir en una caja de música, que me parezca estridente su dulce melodía, que la oscuridad de su interior sea mi compañera, y que el terciopelo que la cubre me acaricie el cuerpo.

La vida es tan corta, y mi cuerpo carnoso tan limitante, quiero beber elixir embriagante que me haga olvidar las limitaciones trazadas, que me haga olvidar tus palabras, que borre de mi cabeza lo que nunca quise ver.

Quisiera ser insignificante, tanto como para que no te enteres de que vivo en la cuenca de tus ojos.

Quisiera see insignificante, así como me siento en este momento.

martes, 3 de agosto de 2010

Quiero volver


Quiero volver a los días aquellos donde mi mayor falta grave era apretar nerviosamente un papel donde había copiado la materia de mi primer examen en la escuela: A, E, I, O, U.

Me gustaría volver a aquellos días cuando no necesitaba de maquillaje para ocultar sentimientos destrozados, esos días donde era bella, pequeña, delicada, cuando se apoderaba de mí la infantil belleza del que desconoce todo mientras no se percata que tiene todo un mundo a sus pies.

Quiero volver al tiempo donde pensaba que mi madre había nacido siéndolo, que mi abuela nunca fue niña y que la noche y el día eran tiempos igual de perfectos para jugar libremente.

Quiero volver a reírme viendo los cartoons de la mañana, comer tortillas con mantequilla y mancharme la gabacha, soplar con saliva y lágrimas los raspones de mis rodillas tierrosas.

Daría un día entero de mi vida por volver a subirme a los árboles y comer lo que encuentre, poder orinar rápidamente frente a mi casa porque si voy al baño me sacan del juego, ir al bar de la esquina, entrar como si nada, tomar un refresco y pedir que se lo cobren a mi progenitor.

Quiero volver al tiempo donde lo material no era importante, donde no me temblaba el pulso para rayar mis muñecas, pintar en las paredes o compartir mis juguetes.

Añoro cuando todo me parecía enorme: el espacio debajo de la mesa, el escondite debajo de la cama, el espacio debajo de la guantera del carro, la piscina donde me llevaban de paseo, todo era monumentalmente extenso.

Añoro la emoción pura de mis emociones infantiles: la risa desmedida, la alegría descontrolada y torpe, el llanto desgarrador y profundo, el miedo tenaz y punzante, la vergüenza acalorada, el egoísmo imponente y retador, la ternura antojadiza.

Pero tal vez lo que más añoro es la capacidad de reconocerme siempre, ante un espejo, ante una situación, ante la vida, nunca cuestionarme en que me he convertido, en qué momento dejé de ser yo para ser alguien más, estar convencida siempre y en todo lugar que yo soy la que vibra en este cuerpo.

...agua


Tuve por algún tiempo, no se precisar cuánto, empozada en mi mano una pequeña fuente de agua. El agua estaba apacible sumergida entre las grietas de mi palma, fresca e inmóvil.

Sabía que estaba ahí, a pesar de que no podía verla ni tocarla; saber que era mía no era suficiente motivo para hacerme feliz, porque muy en el fondo de mí sabía que había extraído de ella su dinamismo, su movimiento, su don de vida.; la había hecho prisionera sin ninguna intención.

Así que me decidí un día a abrir mi mano, desplegar mi palma y dejar que el agua viera la luz.

Pude observar como la luz se impregnaba en el agua como pequeños destellos tintineantes, como esta corría precipitándose al vacío en forma de pequeñas y húmedas venas, pude ver como el agua se escurría por mis dedos y me abandonaba.

Entonces al percatarme de esto traté de cerrar de nuevo mi mano y retenerla conmigo, pero ya era tarde, ya toda se había ido, dejando una sensación húmeda que se esfumó rápidamente con la brisa.

La tristeza me abrazó por la espalda, y me lamió con su repugnante lengua la oreja. Me estaba dando cuenta de que ahora ya no poseía nada, y aquello que me daba vida, que me daba aliento desapareció de mi mano, no supe manejar su existencia, no supe hacerla parte de mí.

Tal vez –pensé luego- aún el agua estaría posada en mi mano si nunca la hubiera tenido cautiva, aun refrescaría mi cuerpo si la hubiera dejado libre, si no hubiera posado sobre ella mis dedos hundiéndola en la oscuridad.

Ahora ya es tarde y he quedado sola, sin aquello que sustenta la vida, sin aquello que sin saberlo me complementaba.