Qué es una MAN KILLER?

Una Man Killer es una mujer dinámica, enérgica, inteligente y decidida. Es la perfecta compañera para lograr las metas en común y tener libertad para lograr las personales.


Una Man Killer nunca será sumisa ni torpe al hablar, su voz es fuerte y decidida, sabe lo que quiere, lo que le beneficia y sabe cuando dejar atrás lo que no la ayuda a ser mejor.

Como todos una Man Killer tiene sus días malos, pero de ella misma depende de que solo sea eso, un día...


miércoles, 30 de diciembre de 2009

Simplemente no te quiere

Sinceramente nunca vi la película que se entitula Simplemente no te quiere, tampoco busqué información referente a dicha película con el objetivo de no sesgar lo que pienso de esta frase.

Hoy precisamente mientras tomaba junto a dos amigos una coca dieta, uno de ellos, dando respuesta a una de mis comunes interrogantes y quejas acerca de la naturaleza romántica masculina, me declamó esta frase: Simplemente no te quiere.

Obviamente la frase, cual cólico, ha estado viajando en mi organismo desde que fue exhalada y no ha dejado de provocarme cierto malestar.

Es ruda, claro, es directa, por supuesto!, es definitiva, indudablemente!; es una frase corta-alas, mata-sueños, pisa-ilusiones, es una frase bestial.

Si te pones a analizarla, esta frase es una amenaza latente, que si no se maneja con cuidado y que si se detona a diestra y siniestra puede acabar con miles y miles de mujeres emocionalmente inestables, puede extinguir de manera abrupta los amores platónicos y puede acabar por completo con los sueños mojados de millones de mujeres soñadoras e ilusionadas. Estaríamos presenciando, y admito "cierto" matiz de dramatismo, el holocausto de la ceguera romántica femenina; y es que definitivamente hay que estar ciega para no entender cuando un hombre Simplemente no te quiere; pero que sería de nosotras si no fueramos capaces de ver potencial en las causas pérdidas?, probablemente la gran mayoría seríamos mujeres solteras.

Simplemente no te quiere es algo así como una patada directa a las costillas, como un trago de "gotas amargas", como un batazo en la nariz, como un pelón en la rodilla.

Simplemente no te quiere es la forma más inhumana de notificarle a una mujer enamorada lo que todo el mundo sabe menos ella (que no la quieren), es la decepción hecha frase, es la forma más descorazonada de darle fin a un cúmulo de esfuerzos realizados por la desdichada para hacerse notar y para agradarle al susodicho.

En mi caso particular la frase me hizo sentir como cuando te cierran la puerta del carro justo en el dedo. Me dejó sin argumentos para defender mi punto de vista ante la usual inconsistencia del actuar del sexo masculino en el proceso de conquista. La frase me hizo sentir chiquitita, insignificante, casi en ese momento podría haberme encerrado en mi monedero y esperar a que pasara la vida.

Sin embargo puedo asegurarles que dicha frase, en esta situación en particular no va a producir repercusiones más allá de las sentidas en el justo momento; claro está, no puedo garantizarles que suceda lo mismo si se invoca la frase en otro contexto.

Simplemente no te quiere debería ser una frase destinada a ser pronunciada ante situaciones de extrema y enfermiza obsesión, donde la situación adopte un matiz estilo Atracción Fatal, y lo que se busque es hacer entrar en razón a la obsesiva fémina con un arma verbal.

Simplemente no te quiere, manéjese con cuidado.

martes, 29 de diciembre de 2009

NO a los tiempos muertos

Son tan tentadores los momentos de total sedentarismo, ya sea forzado o premeditado para ponerse a pensar!.

Es tan basto, impecable y neutro el lienzo del ocio, del descanso mal administrado, del no hacer nada, que es inevitable pasar a su lado y no rayarlo un poco.

Es inevitable no propinarle una cachetada a la pereza, meterle la mano por debajo de la enagua a la neutralidad para hacerla saltar estrepitosamente. No hay nada de mágico, de interesante y provechoso en no hacer nada. El no hacer nada es literalmente eso, es algo así como un espacio en blanco en un carrucho de cinta, es el guindo que nos espera en un puente a medio terminar, es cero actividad, del tipo que sea.

Tal vez por ciertos lapsos nos sintamos a gusto y dejemos resbalar por en medio de nuestros dedos, labios y pechos litros y litros de tiempo, sin preocuparnos ni siquiera por el derramamiento producido; pero luego de un tiempo nos damos cuenta que ese tiempo se ha evaporado y que ahora lo necesitamos, que no era tiempo de sobra, solo mal empleado por nosotros.

Los que en este momento estén pensando que realmente me equivoco y que si se puede pensar en este "tiempo muerto" como algo provechoso me aterran. El tomarnos un tiempo para descansar no debe ser sinónimo de convertinos en un ente vegetal, ni compararlo con un periodo de invernación, debe ser definido como un espacio para nosotros mismos, para los que amamos si así lo queremos y para pensar, reflexionar.

Esto que he denominado "tiempo muerto" no es más que un placebo ante nuestra necesidad de desconectarnos del mundo, luego de un terrible año en el trabajo, o un decepcionante periodo de romances infructuosos, o de "vacas flacas", o cualquier otro asunto que nos consuma valiosas neuronas en círculos viciosos donde nos martirizamos a nosotros mismos sin plantearnos soluciones. Al final, este placebo se convierte en la enfermedad en sí, ya que ese tiempo no fue invertido en modificar aquello que me está pellizcando la nalga o en la búsqueda de otras "pasiones" que me permitan reducir la amargura que me producen mis propias frustraciones.

Normalmente cuando contamos con algún tiempo para nosotros mismos no somos capaces de dedicárnoslo de manera que sea un tiempo de calidad y productivo.

Cuántos de nosotros hemos parido brillantes ideas que nunca ejecutamos en nuestros periodos de ocio?

Cúantos hemos realmente dedicado nuestro tiempo de descanso para pensar en cómo tomar una nueva postura ante la vida, en cómo mejorar alguno de los procesos implícitos en las actividades que realizamos a diario, en cómo dar unas pinceladas de reingeniería a nuestras vidas?.

Creo que todos lo hemos hecho, muchos ni siquieran se han dado cuenta de que lo hacen, pero el mayor problema está en que la mayoría de nosotros nunca ejecutamos las acciones que mentalmente definimos como detonadores del cambio; aveces nos convertimos en nuestros propios saboteadores en la busqueda del mejoramiento continuo.

Obliguémosnos a aprovechar los tiempos de ocio y llevémoslos a un nuevo plano, convirtámoslos en tiempo vivos, llenos de grandes ideas, de grandes cambios, desechemos las ideas anticuadas, cuadradas y cambiémoslas por unas más frescas e innovadoras.

No desperdiciemos el potencial que hay en cada uno de nosotros, refresquemos nuestra fachada intelectual, nuestra presentación espiritual, adoptemos una nueva costumbre, eliminemos un vicio, lo único que se debe de hacer para iniciar un cambio es plasmarlo a nivel del pensamiento y luego extrapolarlo a nuestra realidad.

Debemos sentir la necesidad de análisis en momentos de la vida que nosotros mismos definamos, para poder evaluar si realmente estamos avanzando hacia el logro de nuestras metas o si en algún momento nos hemos desviado; es aquí donde podemos aprovechar los ratos de ocio que nos facilitan un espacio para la reflexión, para la autoevaluación.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Sin título

Madre se sentó cuidadosamente en la mecedora que esta junto a la ventana de su habitación para no arrollarse las medias. Necesitaba tiempo a solas para meditar acerca de un tema que la tenia un tanto preocupada.


Ella sabia que lo mejor que podía darle a su pequeño retoño, que no cumplía ni tres días de vida en este mundo, era un hermoso nombre. Ese nombre, pensaba madre, tenía que ser una especie de escudo para la niña, ante las eventuales crueldades del mundo. No era justo pensar o concluir que la niña merecía un nombre extraño o soez que le hiciera juego con su realidad física.

No, la niña merecía un nombre acaramelado, aterciopelado, un nombre casi angelical.

Madre se había pasado varias horas en el hospital y otras ya en su casa creando una sustanciosa lista de nombres para su hija. No estaban listados en un orden específico, ella los anotó tal y como venían a su mente o tal y como la gente se los dictaba.

La lista era de aproximadamente 400 nombres, 413 para ser exactos, ni uno más, ni uno menos.

Nadie mas que ella veía la lista, escoger el nombre era una labor titánica delegada solo a madre, padre era un cero a la izquierda en estos casos, y de aquí en delante de hecho lo siguió siendo en cualquier tema referente a la niña.

Madre se exasperaba cada vez que alguien le preguntaba por el nombre de su pequeña, el signo físico mas visible de su incomodidad ante tal pregunta era el color rojizo que en sus mejillas se impregnaba. Cuando alguien osaba preguntar por el nombre que ella aún no había podido encontrar, bajaba la mirada y sentía como dos calderos ardían dentro de sus mejillas. Ella en esos momentos deseaba arrancar las cabezas, tirar de los bigotes o revolver las cabelleras de todos los inoportunos, pero solo se limitaba a no parecer grosera y después de una nerviosa reverencia alejarse casi a trote.

Nadie entendía la actitud de madre ante la pregunta, ni tampoco entendían por que no dejaba que alguien aparte de su familia pudiera ver a la niña. Siempre la veían pasar con la niña en brazos hacia el templo para participar de la primera misa de los domingos, la que el párroco celebraba para todos aquellos que dormían durante el día y trabajaban en la noche o para los que los remordimientos de conciencia los atormentaba a tal punto de no dejarlos dormir.

Cualquiera podría pensar que madre ocultaba a su hija por vergüenza, pero no era así. Madre amaba a su hija y sentía unas enormes ganas de mostrarle el mundo, que disfrutara de él, pero sabía que debía dotarla de un nombre fuerte, bello y melodioso que la ayudara a llevar su inminente y profético calvario. De todos modos hasta este punto madre no podía darle mayor regalo a su hija que un nombre que la llenara de alegría y calma.

La lista de nombres, escrita en una hoja de papel, tras varios meses de doblarse y desdoblarse se estaba partiendo en dos. Las puntas estaban abolladas y las palabras poco a poco se hacían menos legibles.

Un día madre horrorizada se dio cuenta de que los nombres 127, 128, 129 y 130 ya no se podían leer. Esa noche lloró desconsolada pensando que tal vez el nombre que ella necesitaba se había esfumado entre las arrugas del viejo papel. Padre al no saber que hacer con la angustia de su mujer decidió dormir en el sofá del cuarto de descanso.

La catarsis que madre experimentó al ahogarse en lágrimas y llanto desmedido durante toda la noche le permitió despertar con un brillo peculiar y una paz abrumadora, venía a bien aplicar aquel dicho que dice que después de la tormenta llega la calma.

Madre se levantó de un salto de la cama y la hizo, luego entró rápidamente a la ducha y terminó su proceso purificador enjuagándose las telarañas, luego buscó el vestido amarillo que padre le regaló y que no se ponía desde hacia varios meses debido a su gran barriga de embarazo. Padre y madre no sabían que el día en que madre utilizó por ultima vez ese vestido engendraron a la niña que aún dormía apaciblemente en el cuarto de al lado. Podríamos concluir que algo llamado el sentido femenino pudo haber mediado en la decisión de madre de ponerse ese vestido.

Padre veía pasar a madre de un lado al otro y casi podía jurar que una que otra vez hizo alguna pirueta.

Madre tomó la lista de nombres, se sentó en la cama, cubrió sus pies con los vuelos del vestido, los cuales acomodó de tal manera que parecía que de su cintura se desplegaban enormes pétalos amarillos y comenzó a repasar los nombres de su lista, como si los revisara por primera vez.

Dos horas después padre se percató de que la niña aun seguía dormida y que madre no chistaba. Se acercó un poco temeroso a la puerta de su recamara, él sabía que su mujer en los últimos meses luego del parto se había comportado muy extraña y que su estabilidad emocional podría romperse en cualquier momento. Siendo sincero consigo mismo, le aterrorizaba la idea de encontrar a su mujer muerta.

Cuando al fin logró colocarse en el umbral de la puerta y observar hacia el interior de la habitación sintió como cuando de niño de un susto se tragaba un dulce. Madre estaba radiante, angelical, hermosa, la luz que entraba por la ventana se fusionaba con su cabello, era imposible ver donde empezaba la luz o su cabellera, eran uno. Olía a nísperos recién cortados del huerto.

Cuando padre se acercó para verla con mayor detenimiento ella acercó su rostro al de él y de inmediato abrió sus manos, dejando volar cientos de pedacitos de papel que se dispersaron por todo el dormitorio. Padre levantó la mirada y vio con un poco de temor como los diminutos papeles, que íntegros formaban la hoja de la lista de nombres, se depositaban en diferentes lugares, unos inclusive se arruinaban al caer en una fuente de agua que estaba sobre el tocador o en el cenicero que estaba en la mesa de noche del lado de padre.

Padre pensó que de una manera bastante sublime su mujer había enloquecido.

Madre le dijo a padre que ya no ocupaba mas de la lista que 4 meses atrás era lo que la anclaba a la vida, ya tenía el nombre perfecto para su hija, la búsqueda había terminado.

Padre dio un paso atrás haciendo crujir las hojas del diario que cayó de sus manos al entrar a la habitación, sin volver la vista atrás, solo con sus manos ubicó los descansa brazos de la mecedora que está a la par de la ventana y se sentó a la expectativa de lo que su mujer le iba a revelar: el nombre de su hija.

20 minutos transcurrieron antes de que de los labios de madre se desbordara el nombre de su primogénita. Cuando lo escuchó sintió como las cinco letras de su nombre se bordaron una por una en su pecho, 2 centímetros debajo de su tetilla izquierda.

Luego de eso, se quedó frio. La tarea que madre le delegó después fue toda una sorpresa, sin embargo él estaba ansioso por llevarla a cabo. Estaba casi seguro que el nombre de su hija tenía una especie de magia, y si cumplía con la tarea de ir hasta la cuna de su hija y susurrarle su nombre, era probable que lograra erradicar lo que la hacia diferente. Que más prueba de ello podía tener al ver a su mujer radiante como antes, luego de verla casi al punto del suicidio o la reclusión con sólo haber encontrado el nombre perfecto.

Padre caminó con paso firme hasta la habitación de al lado.

Ahí estaba ella. Ante los ojos de él su hija era algo así como un ser mitológico, irreal, ambiguo, pero él tenía el conjuro mágico para que emergiera de ese insignificante capullo una verdadera mariposa. Padre se inclinó y cerró de manera instintiva los ojos al estar casi a punto de rozarle la mejilla, luego entreabrió un poco un ojo solo para buscar su oído.

Padre tomó aire de todos los rincones de su cuerpo y lo exhaló pausadamente, mientras que, enredadas en esa infinita exhalación, se escucharon las letras del nombre de su hija: Sofía.

No sucedió nada, absolutamente nada.
Para la plana y escuálida percepción de padre no sucedió nada, sin embargo, una corriente electrica había atravesado todo el cuerpo de la pequeña en unos pocos segundos; aquel nombre era algo así como un segundo soplo de vida, como un detonante para comenzar a vivir.

Sofía abrió lo ojos, impulsada por el susurro de su padre y llena de regocijo deseaba poder expresar lo que sentía, poder agradecerle a su progenitor el haberle regresado del limbo.

Entonces Sofía quiso cantar, con todas sus fuerzas dejar salir una azucarada nota musical para adornar su alegría. Sofía comenzó a mover frenéticamente sus diminutos brazos y pierna, desorbitó sus ojos y con toda su energía chilló.

Padre, horrorizado ante tal espectáculo se separó abruptamente de la cuna, tropezó con algunos muebles y buscó con sus manos enormes y sudorosas el marco de la ventana, sentía que le faltaba el aire y que una sensación nauseabunda le amargaba la garganta.

Sofía no notó la reacción de su padre, era muy pequeña para hacerlo, solo notó un martillante cosquilleo en sus manitas, algo así como las burbujas que madre agregaba al agua cada vez que le daba un baño. Lo demás era silencio.

Madre no pudo bloquear por mucho tiempo el paso frente a la puerta principal y tuvo que apartarse del camino de padre, quien a galope desapareció en la espesa lejanía. Ella no entendía que le pasaba a su esposo, solo que al ver su rostro prefirió dejarlo ir, parecía como si tuviera varias horas sin respirar.

Cuando madre llegó al final de la escalera podía escuchar a Sofía haciendo tremendo escándalo. La nena reía y balbuceaba como nunca antes lo había hecho, soltaba riquísimas palmadas y golpecitos a todo lo que en la cuna encontraba, luego doblaba el dedo índice de su mano derecha y lo mamaba mientras seguía balbuceando. Pasó una hora más en que madre contempló a la pequeña y decidiera bañarla.

Definitivamente había magia en ese nombre y el olor a nísperos recién cortados del huerto se intensificó de manera misteriosa.

CONTINUARA...

jueves, 17 de diciembre de 2009

Venta de Garage

Muchas gracias por visitar mi venta de garage, espero que adquieran algo de lo que he puesto a la venta.

Pasen adelante!.

Sólo les doy algunas indicaciones que deben seguir durante su estancia aqui:

1. Usted fija el precio a pagar por el artículo.
2. No se aceptan devoluciones.
3. Si lo quiebra lo paga.

Ahora si, puede usted empezar a disfrutar de la venta, que se divierta!:

LISTA DE ARTICULOS

1. Par de manos de palma callosa en el nacimiento de los dedos, de gran agilidad y dispuestas a darse cuando se necesite. Un plus de estas manos es la destreza para el dibujo.
2. Un par de abrazos no correspondidos,aún con etiqueta y acolchonados.
3. Un dolor agudo para colocar donde desee. Ideal para aquellos que quieran sentir que están vivos.
4. Una caja con media docena de sonrisas. Algunas estan quebradas pero pueden ser remendadas y se negocia el precio. Mantienen su brillo natural.

5. Una piel erizada por la cercanía de alguien, se vendieron muy bien la venta pasada, solo me queda una.
6. Dos frascos de sarcasmo verbal con su respectiva boca. Nunca salga sin el suyo.
7. Un juego de beso apasionado con ojos cerrados y corazon palpitante. Este si es una ganga.
8. Un sobre de hipo aniquilante de medianoche. Ideal para aquellos que requieran pasar despiertos toda la noche.
9. Una nariz fría con su respectivo estornudo. Ya no se venden sin receta médica en la mayoria de lugares.
10. Un par de chillidos de alegría y un silbido acogedor.
11. Un par de muslos gruesos, ideales para trabajos pesados.
12. Un par de espinillas para recordar la juventud. No incluyen tratamiento.
13. Un paquete de pestañas melancólicas.
14. Una caja de frases no usadas.
15. Una botella de lágrimas desperdiciadas.
16. Un tarro de malas decisiones en conserva.
17. Un juego de 8 frascos de vidrio para exhibir hombres (los hombres de mi vida).
18. Un cólico recién hecho.
19. Un metro de paciencia.
20. Frasco con esencia de amor. A precio de oferta. 
21. Un kilo de besos de azúcar.

Espero que hayan comprado algo de lo que ofrezco.
Los espero pronto.
Por favor pasen a la caja a cancelar su compra.
Gracias!.

Cómo domesticar a un hombre

Admito que el título puede resultar ofensivo para los hombres, de hecho suena tan ofensivo como las "pequeñas bromas cotidianas" que sin analizar su nivel de agresión e irrespeto decimos a diario de los homosexuales, los obesos, los pobres, los negros, los chinos, los gallegos, los que padecen retardo mental, las mujeres, los maiceros, los inadaptados, los viejitos, los politicos, los arbitros, los geeks, los feos, los tartamudos, los orejones, los narizones, los extranjeros, los nicas, etc, etc, etc.

Me disculpo entonces por el término empleado, pero creo que es el que mejor define lo que quiero expresar.

Por otro lado, no debe relacionarse, y excluir de manera tajante otros significados, el termino domesticar con animales, domesticar en un sentido más amplio involucra a los propios seres humanos.

Somos domesticados para ser aptos de vivir en sociedad, somos domesticados y nos programan para ser buenos esposos, buenas trabajadoras, buenos amigos y muchas otras más conductas empaquetadas.

Pero volviendo al tema de los hombres... no son acaso hermosos???

Son como un diamante en bruto, como la perla que necesita se engarzada en un hilo de oro, como un trozo de plasticina que pide a gritos ser moldeada. Pero a su vez estas ternuras vivientes son brutos como el duro diamante, inestables como una perla balanceadose en un hilo de delgado oro y amorfos sentimentalmente como un trozo de plasticina hecha de retazos multicolores.

En el fondo son buenos, solo necesitan un poco de ayuda, un poco de domesticación.
Los hombres se quejan de que no entienden a las mujeres, pues debe ser dificil entender a alguien cuando no te entiendes a ti mismo. Los hombres pueden ser tan complejos y cautivadores como una mujer.

Cuando un hombre logra ese nivel de femeneidad controlada es un hombre de cuidado.
Hay varios puntos que nosotras las mujeres debemos entender antes de comenzar a domesticar a los hombres a nuestro alrededor:

1. Los hombres no saben ser intrigosos: los hombres dicen no cuando es no, no como las mujeres que decimos no por que sabemos que esa negación acarrea una serie de consecuencias totalmente mentalizadas, speradas e influenciables.

2. Los hombres no saben ser románticos: claro esta hay excepciones, en la mayoría de las situaciones de la vida hay excepciones. Pero hay que decir que la mayoría de los hombres cuando tratan de ser románticos son excesivamente melosos y expresan su amor de formas poco glamorosas y un poco vergonzosas. No han podido leer a la mujer, a la que le gustan las cosas simples y espontáneas.

3. Los hombres no saben ser congruentes: son excelentes para comportarse como un amigo un día y el otro como el amante empedernido sediento de amor, para despues, al dia siguiente seguir siendo el amigo de actividades sociales. No hay congruencia en sus actos, no hay continuidad de ideas.

4. Los hombres no saben que es lo que queremos: no son capaces de leer entre líneas, ellos son bidimensionales. Tienes que ser lo suficientemente directa para que no haya ruido en el mensaje que quieres transmitirle.
Continuará...

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Los hombres de mi vida

Durante uno de esos rutinarios viajes de regreso a mi casa, después de un dia de perros y una extenuante pero placentera clase de kick me dediqué a masticar ciertos pensamientos, mientras aun resbalaban algunas gotas de sudor por en medio de mi espalda y mi cabello desesperado pedia a gritos un peine.

Y es que mientras se maneja no hay mucho que se pueda hacer que no te haga perder la concentración en el camino, incluso ponerse a pensar es peligroso, los pensamientos extremadamente profundos te pueden absorber temerariamente al punto de olvidar que vas por una pista a 100km.

Esta vez, como muchas otras, me propuse ser sincera conmigo misma y no autocensurarme como en ocasiones pasadas, y me puse a pensar en los hombres de mi vida.

Era necesario inventarear todos aquellos individuos que en algún momento pusieron mi mundo de cabeza, todos al mismo tiempo o en épocas o vidas pasadas.

Si los hombres de mi vida, si, en plural, si son más de uno; todos de diferentes tamaños, colores y sabores, todos únicos, imperfectos, cautivadores, adictivos y defectuosos. Cada uno era un modelo totalmente diferente al siguiente, cada unos se merecía un espacio especial en un anaquel donde se pudieran exponer.


Cada uno de ellos provocaba meterlos en un frasco y poder admirarlos cada vez que se me antojara, claro está que a cada frasco le haría unos agujeritos en la tapa para que puedan respirar, la idea no es matarlos, por ahora.

Mentalmente los alineé, sin más orden que el que la memoria me dictaba. Ahí estaban todos, hermosos, terriblemente embelesadores, horriblemente adorables e insoportables.

Podía ver a cada uno dentro de los lustrosos frascos de cristal, aislados del mundo, lejos de mi, lejos de poder afectarme de alguna manera, fue entonces cuando me dediqué a verlos uno por uno:

En el primero estaba aquel que me juraba amor eterno, aquel que es perfecto, adorable, cálido, dulce. Aquel que es toda paciencia y caramelo.

Él es el ancla de mi locura, es la felicidad de lo concreto. Es el buen sabor de la estabilidad.

Es aquel que no me corta las alas, solo las acaricia y de vez en cuando me dobla tiernamente una, haciéndome revolotear en círculos al ras del suelo.

Él es el amor más no la pasión ciega, él es el aroma del compromiso serio e infinito que me ahúma la garganta y no me deja gritar.

En el segundo frasco está aquel que es la locura pura, mi perdición.


Es aquel que me hace olvidar que existen los límites, las heridas y las lágrimas. Con él todo es gravedad cero.

Es espíritu hecho intelecto, él tiene sabor agridulce.

Él no es todo lo que he deseado, nunca lo será, él me deslumbra con su humanidad y me aterroriza con su misterio.

Él es una manzana envenenada, suculenta y mortal.

Es la fuerza que me desinhibe, que me desnuda y que luego me golpea con su inestabilidad.

Cada vez que lo inhalo disfruto de mi parte oculta, cada vez que lo inhalo pierdo la cabeza y de golpe me ataca la incertidumbre y la soledad.

En el tercer frasco está la amalgama entre lo cautivador y lo irreverente. Él es la caja de pandora, es una dulce incógnita, es la intriga que reside en mis labios, vírgenes frente ante los suyos.

Él es el intocable, el seguro, el soñador. La rebeldía, la irreverencia y su prosa son sus armas de seducción, una frase suya me derrite como el hielo al sol. Él me provoca, me lleva hasta el límite, me envuelve en un juego de palabras, exponiendo cual pavo real su exquisita retórica..

Él es aquel incapaz de hacerme feliz, el que nunca podrá caminar a mi lado, el que nunca será capaz de entenderme.

Él es una postal preciosa de las que nunca se envían, solo se guardan.

En el cuarto frasco está mi amor de mentiritas.

Él es aquel al que le he declarado mi ficticio amor como a ningún otro.

A él lo he perseguido hasta el fin del mundo de ida y regreso sin amarlo.

Él es aquel que no sabe amarme, que no sabe quererme.

Es aquel que llega tal eclipse, me besa y desaparece.

Es aquel que nunca supo ser ni amante, ni amigo, ni mascota.

En el quinto frasco está mi amor de mandarina.

Él es la frescura de la juventud y el yugo de la inexperiencia.

Él es una espinita encarnada, un beso de azúcar, un cuerpo aterciopelado con olor a menta.

Él es aquel que no supo manejar su pasión, es aquel que fue atropellado por su inmadurez.

A él nunca lo amé, ni lo amaré, sin embargo permanecerá en mi mente como aquel que aunque fuera por un segundo pudo sacudir mi mundo.

En el sexto frasco está la tentación.

Es aquel que despierta mis sentidos, que dilata mis pupilas y regocija mi corazón.

Él es quien condimenta las tardes sofocantes de verano y las de lluvia en invierno, es una botella de exquisito vino.

Él es la madurez y la inocencia desmedida, la vida se le escapa por los ojos, y el corazón se le desborda por los poros.

Él es una interrogante, un enigma empachador. Es una brisa fría de diciembre, es una melodía que nunca antes había escuchado.

Él es quien me arranca una sonrisa para coserla en el cuello de su camisa.

Él es el destello de luz que no ilumina mi esencia, no es la estrella fugaz de mi firmamento, no es la compañía sublime que busco con esmero, pero es un tesoro invaluable.


En el séptimo frasco está aquel que apareció como un pequeño soplo de tempestad.

Él es aquel que abrió su corazón de par en par, mientras sus manos le temblaban.

Es aquel que me hizo llorar por dentro y sonreír por fuera, el que me enseñó aquello que atesoraba con recelo, lo puso en mis manos y confió en que no lo dejara caer y romperse en mil pedazos.

Él es un extraño, un acompañante en mis sueños, un valiente soldadito de plomo. Él tiene la mirada sincera y besos con tortuoso sabor a alegría.

Queda un octavo frasco, luminoso y transparente como los demás, pero en él no hay nada, en él estoy yo, sentada, sin ver hacia los demás frascos, solo viendo hacia el horizonte, esperando tal vez que al llenar el octavo frasco no tenga necesidad de salir de él, y quiera quedarme ahí por toda la eternidad.

Cuando me percato ya estoy llegando a mi casa, casi por arte de magia y gracias ala divina providencia sin más percances que los sucedidos en mi cabeza, causados por ese pintoresco músculo rojo y bombeante que asinado en mi pecho se aliada con mi cerebro para hacerme la vida de cuadritos.

martes, 17 de noviembre de 2009

Limón Dulce


Cualquiera podría pensar que el tener un padre nacido prácticamente entre el mar, las olas y el ceviche de piangua o chucheca es sinónimo de una vida llena de playa, arena y lugares salados por conocer. Todos los que pensaron que así era no pueden estar más equivocados.


Mi padre poco a poco cambió los ingredientes de un ceviche puntarenense por un puré de papas cartaginés, y aquel hombre que creció con arena entre las uñas de los pies y sudor marinado parece que hubiera nacido en la bruma eterna.

Ya mi padre no soporta el calor del puerto, ni la arena entrometida, ni la playa, ni el viento, ni el sol, ni las gaviotas, ni los “Churchills”, ni los trajes de baño, ni las chuchecas… no esas ultimas si las soporta; ahora él es un hombre que ama el frío, la bruma, su sudoku y a la perra Surimi.

Pero mi padre no es el tema en cuestión, sólo es una referencia del por qué tanto mis hermanos como yo padecemos de una “insuficiencia playera crónica”, en otras palabras, a mi padre no le roncaba ir a otra playa que no fuera Puntarenas y Playa Naranjo, que en cuyo caso era para visitar a mi difunta abuela. Es probable que ya ninguno de nosotros volvamos a ese lugar ahora que mi abuela ha muerto. Si no conocíamos más playa que la del puerto, menos otros pueblos y playas en Limón o Guanacaste.

Bueno, sabiendo esto pueden darse una idea de por qué hasta mis 27 años de edad he hecho mi primer viaje a Limón. Las razones que me movilizaron hasta allá eran de carácter laboral, pero no por eso dejó de ser un viaje realmente placentero.

No tuve que preocuparme por el hecho de que me hacía acompañar por una colega de trabajo que goza de mi entera simpatía y la cual, estaba segura, no me iba a provocar el deseo de degollarla en el Zurquí después de 4 horas de viaje de ida y 4 horas de regreso.

Como íbamos en mi carro tenía control total de lo que allí acontecía: desde monopolizar la selección de las piezas musicales (de hecho seguro la pobre iba jorobada de estar oyendo a Dionne Warwick cantar la misma canción unas 50 veces), hasta configurar la intensidad del aire acondicionado.

Nunca tanto en el viaje de ida como en el de regreso hubo tiempos muertos de silencio sepulcral ni aliviante, no, cual cotorras embarradas de mierda, como dicen por ahí, tertuliamos sin parar. Mediante la conversación me pude percatar que tenemos muchas cosas en común y que tenemos además puntos de vista y opiniones que recíprocamente no nos censuramos.

Resultó que mi compañera de trabajo además es compañera en la búsqueda de la maximización de nuestro hombre interior, de nuestra masculinidad como pilar de una personalidad más sólida, darle rienda a nuestro macho interno. Somos mujeres encaminadas a la evolución, somos de las que no nos conformamos con menos de lo que merecemos, aunque se nos cuestione de que somos demasiado “exigentes” con lo que buscamos, sobre todo en materia de hombres. Este cuestionamiento a veces se ve nublado por la errónea idea de que nosotras esperamos la llegada de un príncipe azul, de cabello rubio frondoso, barbilla partida, montado sobre un magnífico corcel blanco de larga cabellera colochuda.

No es así.


Sabemos que el príncipe azul es sólo una leyenda urbana similar a la del viejo de la bolsa; no esperamos tal personaje, aguardamos la llegada de un hombre evolucionado, tanto de mente como de espíritu, y aún mejor si viene en buen envase.

No pasé del parque del centro de Limón, eso fue lo único que conocí, y algunos puestos donde realizamos algunas paradas estratégicas para conseguir los encargos culinarios de todos mis golosos compañeros de trabajo. Por cierto, en Limón probé el maní garapiñado más exquisito, delicioso y orgásmico del mundo entero.

De regreso a San José nuestra conversación también fue tan suculenta como el delicioso patí que desde el haciendo de atrás desplegaba su grato aroma.

El Limón Dulce cuando toca mi paladar activa en mí dos dispositivos: primero el del amor y luego el del odio. El amor se manifiesta cuando los tiernos gajitos del limón dulce tocan mi sedienta lengua y al morderlos revientan estrepitosamente salpicando internamente mi boca, pero casi al mismo tiempo aparece el odio, odio al sabor a “golpe” que deja el limón una vez que ha sido tragado, es un sabor en la lengua y garganta que sabe a mentada de madre. Pues el día de hoy tiene algo de Limón Dulce, el amor surge al haber tenido un viaje placentero, sin mayor contratiempo, un paisaje precioso, una compañía a la altura y una reunión de negocios exitosa, el odio surge del cansancio de manejar tantas horas, de la imposibilidad de conocer más de Limón y de los kilos que voy a subir por todo el maní garapiñado celestial que me devoré.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Un día de furia

Ese día, ese preciso día solo podemos pensar que el universo se ha majado un huevo en la infinita puerta de la inmensidad. Y es que no somos capaces bajo esas situaciones pensar en otra cosa que no sea que Dios nos ha abandonado, que es obra del Chamuco o simplemente no debimos levantarnos de la cama ese día.

Cuántas veces hemos tenido, sentido o vivido una situacion que simplemente nos produce ganar de llorar, ya sea por desesperación, verguenza, rabia o dolor?.

Se me ocurren mil y una de esas situaciones, de esas que queremos nunca recordar o volver a vivir, de esas que en nuestro claro cielo nos amenazan cual nube de tormenta.

No me estoy refiriendo (a pesar de mi dramatismo apocalíptico) de situaciones atípicas, casi increíbles o de magnituteds casi improbables, me refiero a pequeños detalles que nos producen un malestar instántaneo.

Hay algo más triste que majarse un dedo en la puerta de un carro?. Claro, que sea otra persona la que nos maje el dedo, y peor aún si previo a nuestra doloroza experiencia hemos advertido que nuestro dedo se encuentra en la línea de combate, en tan vulnerable posición como para ser aplastado en un puertazo. Quién no ha sentido el dolor que provoca tal majonazo, hasta el punto de casi asegurar que nos hemos orinado. Terrible es cuando tras de ser masacrados tenemos que contener nuestra agonía por que nos encontramos en un lugar público o por que nuestro cercenador es alguien como por ejemplo nuestro jefe o alguna persona a la cual no le tenemos la suficiente confianza como para mandarla al carajo.


Y luego la agonía sigue, por que debemos esperar a que se mejore nuestro cuasimodo dedo, que pasa por diferentes etapas de putrefacción: se pone rojo, verde, amarillo, café, negro o cualquier otro color sorpresa, el cielo es el límite; todo esto acompañado por el dolor y por la desgana de apoyarlo en cualquier superficie o rozarlo contra cualquier cosa en este mundo, hasta soplar encima de él es una verdadera tortura china.

Llegas al punto en que piensas que amputarlo es la solución, que fuiste valiente al no gritarle al verdugo "dedal" sus verdades en el momento de la ejecución del inocente, que eso ha sido lo más fácil hasta ahora que has vivido el infierno en la tierra. Piensas que gracias a Dios el dedo mal herido y horroroso, no es tan necesario comparado con los demás, y hasta te haces una imagen mental de tu vida sin él. Claro está después de mucho pensar en cómo deshacerte de él no haces absolutamente nada.

Todo pasa, el tiempo cura todo. Luego podrás hasta reírte de esa situación en una reunión de amigos o familiares cuando surjan los temas de rigor en dichos aquelarres: situaciones vergonzosas que tengan que ver con mucho dolor o con mierda.

Continuando con el carro, hay algunas otras situaciones que de igual manera pueden provocar que de nosotros aflore la bestia interna, que nos lleven a practicamente "un día de furia".

Dejar las llaves dentro del carro y no tener una copia a mano, prensar el vestido o el saco con la puerta y que la prenda en cuestión quede sucia o con la marca del borde de la puerta repintado. Que alguien no suba todo el vidrio de la ventana, llueva y que el sillón parezca esponja de lavarplatos rebozante de agua. Llegar por tu carro y encontrar un rayón kilométrico que lo atraviesa de cabo a rabo, son solo algunos ejemplos de los obstáculos que puedes encontrar en el camino a la felicidad y a la paz interior.

Definitivamente estas situaciones nos atacan en el momento menos esperado, sin previo aviso y atacan directamente los puntos débiles de tu humanidad, saben cuales son tus debilidades y te acribillan sin piedad: Perder un archivo importante, que tu hermano estrene tu ropa, que alguien se lleve tu carro sin permiso, que tu perro se coma el cable de tu laptop, que no tengas un maldito lapicero para apuntar un número importante, que se riegue la Coca-Cola en la tapicería de tu carro, que se te quiebre un tacón, que un carro te salpique con agua enlodada, que no te paren dos buses en forma consecutiva, que te griten "gorda" en la calle, que te caigas de manera estrepitosa en plena avenida y te raspes las rodillas, que se coman tu cena, que te roben el menudo que dejas en el carro, que no tengas menudo para pagar el peaje, que tengas ganas de un beso y nunca se dignen a dártelo, que esperes a alguien por más de dos horas y te des cuenta de que no tenía la menor intención de ir a tu encuentro, que te mientan que ya llegan a la cita y aún no han salido ni de la casa, que coman de tu plato sin tu consentimiento, que la gente piense que por pedir que la conviden de algo estás en la obligación de compartirlo, son solo una pincelada de la mierda que puede ser la vida aveces, y si ponemos un poco más de atención muchas de nuestras desgracias son providencia de terceros.

Por estas y por muchas otras situaciones vividas, o más bien sufridas, he llegado a la conclusión de que si seguimos el consejo de poner la otra mejilla cuando nos han cacheteado la primera, muy probablemente muchos de ustedes me acompañarían en el psiquiátrico, donde estaría envenandome a mí misma con toda la ira e impotencia reprimida; por lo que hace tiempo decidí poner ambas mejillas, sólo para que el que me esté cacheteando en ese momento no esté midiendo el golpe bajo que tiré y que va directo al "sur de su ombligo".

Consejos a mis hijas - Por Jaime Bayly

(A Camila, por su cumpleaños)

No se casen.
Si se casan y el novio es rico, no acepten un acuerdo previo de separación de bienes.
Si ya se casan una vez, cásense al menos dos veces más.
No le pidan nada a Dios.
No le tengan miedo a Dios ni a los que meten miedo en nombre de Dios.
No esquíen.
No buceen.
No hagan canotaje.
No trepen montañas.
No sean trepadoras.
No salten en paracaídas.
No salten soga.
No vayan al gimnasio.
No se operen nunca nada, aun si les dicen que su vida está en riesgo. La vida siempre está en riesgo, mucho más cuando te operan.
No confíen en los médicos, en los políticos, en los psiquiatras, en los vendedores ni en nadie de aspecto humano.
Limítense a hacer lo que les dé placer.
No se limiten en hacer lo que les dé placer.
Bailen todo lo que puedan.
Traten en lo posible de no matar a nadie.
Si es inevitable matar a alguien, háganlo con delicadeza y compasión, procurando el menor sufrimiento a la víctima y no dejando huellas del crimen.
Matar puede ser divertido una vez, más ya es vicio. No se envicien. Si se envician, usen silenciador y disparen tres veces, por las dudas.

No vayan a velorios, funerales, misas ni casamientos.
Si matan, vayan al velorio y lloren un poco, es lo mínimo que pueden hacer. Una dama siempre sabe cuándo corresponde llorar.
No tengan hijos.
No adopten hijos.
Si tienen hijos, traten de saber quién es el padre.
Si tienen hijos, no los bauticen.
No les pongan sus nombres a sus hijos ni a sus hijas. Puestas a elegir, póngales sus nombres a sus hijos, así los confunden un poco.
No viajen. Caminen. Miren.
No estudien. Lean. Miren.
No lean nada que no les dé placer.
No lean mis libros.
No se maquillen.
No usen tacos.
No hagan el amor. Tengan orgasmos.
No viajen nunca sin un consolador y dos juegos de baterías.
No limpien la casa.
No cocinen.
No tomen pastillas para dormir.
No tomen antidepresivos.
No tomen.
No fumen.
Fumen un porrito de vez en cuando.
No prueben coca.
Piensen que este año puede ser el último.
No respondan los agravios. No inmediatamente.
Dicen que la mejor venganza es pasarla bien. Es una verdad a medias. La mejor venganza es dejar ciego a tu enemigo, que no te pillen y luego pasarla bien.
La única manera científica de medir la felicidad es el número de orgasmos que alcanzarán a lo largo de sus vidas. Que sean muchos (los orgasmos y los proveedores: traten de que no sean los mismos proveedores de Wong, por el amor de Dios).
No vayan a reuniones familiares. Si van, traten de sembrar cizaña y encender una discusión, luego ya se pueden ir más tranquilas.
No traten de ser amigas. Es imposible. Son hermanas.
Si les gusta el mismo hombre, traten de compartirlo. Si no se deja compartir, es gay.
Es aconsejable tener un amante oficial y uno (por lo menos uno) clandestino. Es aconsejable que el clandestino esté mejor dotado que el oficial. Es aconsejable que el oficial no sea oficial de la policía.
En caso de ser pilladas, no se disculpen, no nieguen las evidencias, búsquense otro amante.
No recen. Nadie escucha. Mejor canten.
No esperen que nos encontremos en el más allá. Pero si llegásemos a encontrarnos, por favor no me despierten si estoy durmiendo.
Usen sombreros.
Huelan las rosas.
Maten mosquitos.
Beban un vaso de lluvia escandinava.
No esperen nada bueno de la gente.
No amen al prójimo, desconfíen de él.
Las orgías no son recomendables, se pierden los zapatos y los relojes con facilidad.
No pidan consejo a nadie. Hagan lo que les salga del corazón. Si no les sale nada, no hagan nada. Ante la duda, abstente. Ante la certeza, duda. En cualquier caso, abstente.
No hagan caso a nadie de la familia, salvo a mi hermano Javier.
Aunque solo sea por una vez, hagan el amor con una mujer. Aunque no les provoque, háganlo por respeto a mí, como un homenaje a mi memoria.
Vuelen en globo.
No hagan dietas. Engorden. Soben con cariño su panza. Pónganle un nombre. Hablen con ella.
Un día cualquiera, en una ciudad cualquiera, escúpanle sin razón alguna a un peatón. Sigan caminando. No se disculpen.
No se pinten el pelo.
Si llegan a tener canas, no se las pinten.
No usen hilo dental en las nalgas. En los dientes, de vez en cuando.
No busquen la felicidad. Busquen el punto G. Allí habita.
Nieguen con absoluto cinismo todas las flatulencias que despidan. Atribúyanlas a otros.
Mientan todo lo que sea innecesario.
Si un amante te deja, no te ahorres un par de insultos.
Si un amante te deja y luego te pide perdón y quiere volver contigo, no lo perdones, insúltalo un poco más.
Si un embarazo las sorprende, hagan todo lo posible por parir a ese crío.
Si abortan, no se arrepientan.
Si no abortan, tampoco se arrepientan.
Traten de que no las sorprenda un embarazo.
Estar sola puede ser una cosa muy buena.
Dormir sola puede ser una cosa muy buena.
Vivir sola puede ser una cosa estupenda.
No hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti. Pero si te hacen algo que no querías, hazle algo peor a esa persona o a cualquier otra persona. No te quedes con las ganas.
Si tienes un hijo, llámalo Circuncisión.
Si tienes una hija, llámala Clítoris o simplemente Clit, que es más glamoroso e internacional.
A Circuncisión no te olvides de hacerle la susodicha operación cuando nazca. No dejes pasar el tiempo.
No confíen en un hombre al que no le gusta el fútbol. Tampoco confíen en uno al que le gusta el fútbol. Desconfíen de ambos, pero más del primero.
No se acuesten con un magnate ruso. No se jueguen la vida de esa manera.
Nunca acepten nunca una taza de té de un magnate ruso residente en Londres. Puede que no le echen azúcar o sacarina al té, sino plutonio 210.
Tengan sexo con un negro al menos una vez en la vida, por respeto a lo que sufrieron los esclavos. En circunstancias ideales, que no hable ninguna lengua comprensible para ustedes.
Traten de recibir más regalos de los que den. No es cierto que goza más el que da.
Solo den limosna a los que tocan el violín en la calle.
Recuerda que esa violinista callejera podrías haber sido tú.
Si no aprenden a tocar la guitarra, el piano o el violín, aprenden al menos a tocarse a sí mismas.
Si llegan a viejas, en alguna reunión navideña simulen un ataque de Alzheimer y echen a todos de la casa acusándolos de ser unos intrusos.

Si tu chico se pone tu calzón, déjalo, no lo regañes. Pero no vuelvas a ponértelo tú.
No hagan el amor en la ducha, en el ascensor o en el baño de un avión. Eviten lugares resbalosos o movedizos. Las escaleras son más seguras.
Si un hombre no sabe ponerse un condón, échenlo enseguida de la casa y no lo vean más.
Si se pone dos condones, échenlo también, díganle pusilánime.
Siempre que les convenga, nieguen que son mis hijas y digan que no me conocen.
Siempre que les convenga, digan que son hijas de mi tío Walter, que es un gran tipo. Da más prestigio y abre líneas de crédito.
Cuando arrojen mis cenizas al mar, asegúrense de no tener el viento en contra.
En caso extremo, conviértanse a cualquier religión que les permita salvar la vida.
No digan que son ateas. Suena mal. Digan que son agnósticas. Suena a que están investigando algo científico.
No se vuelvan mormonas. Se puede malinterpretar.
No traten de tener éxito. Es un estrés. Traten de aprender a estar bien con pocas cosas y pocas personas. Si no aprenden, acostúmbrense a estar mal, encuéntrenle un cierto gusto, disfruten del fracaso. Tal vez eso sea precisamente el éxito.

Resumiendo:
Limítense a hacer lo que les dé placer.
No se limiten en hacer lo que les dé placer.
Suerte.
Buen viaje.
Fuente: http://jaime-bayly.com/wp/?p=81#more-81

Ella en mi cabeza - Jaime Bayly

Ella y yo nos amamos como se aman los enfermos, como se aman los locos, como se aman los que saben que ya no pueden separarse

"Ella sabe que amo a mi chico.

Ella sabe que juego con una chica.

Ella sabe que juego con todas las chicas que puedo (que son pocas, porque ya no puedo jugar por culpa de las pastillas).

Ella sabe que soy adicto a las pastillas.

Ella sabe que las pastillas me están matando.

Ella sabe que es exactamente así como quiero morir (así, o envenenado por un obispo).

Ella sabe que me ha perdido, que no soy el que conoció, que mi vida se fue al carajo.

Ella sabe que esa tarde me van a operar (de nuevo).

Ella lo organiza todo: el chofer me lleva a la clínica, me cubre con mantas, enciende la estufa portátil.

Ella llega antes de la operación. Me besa en los labios. Me dice Gordi. Me mira como si el tiempo no hubiera pasado, como si fuésemos los amantes de antes.


No sabemos si el bulto que me van a extirpar es benigno o maligno. Le digo que nada que salga de mi pecho podría ser benigno. Ella se ríe. Suele reírse de mis bromas (incluso cuando no le hacen gracia).

Ella está allí, a mi lado, cuidándome, vigilando cada detalle, espantando a las enfermeras acosadoras.

Ella me acompaña hasta la sala de operaciones. No la dejan entrar. Nos despedimos. Me da un beso. Le recuerdo que el testamento lo tiene mi amigo, el abogado, el que será mi vicepresidente. Le recuerdo las cuentas que tengo escondidas por aquí y por allá (sobre todo, por allá). Le ruego que, si no despierto, organice unos funerales discretos, sin presencia de curas ni predicadores.

Ella está a mi lado cuando despierto. Ya no está a mi lado cuando despierto todas las mañanas (quiero decir, todas las tardes). Pero esa tarde, después de la operación, está a mi lado cuando despierto.

No le importa que ame a un chico y que juegue con una o varias chicas y ya no juegue con ella. Me quiere. Me quiere como si fuera su hijo. Yo la quiero como si fuera mi hija. No me queda claro si ella es mi madre o yo su padre o si ambas cosas son posibles a la vez.

Ella llama a la enfermera y le ordena que me pongan más morfina. Sabe lo mucho que me gusta la morfina. Sabe que no es improbable que en unos años termine asaltando hospitales públicos para robar morfina de madrugada.

Ella sabe que me han prohibido tomar mis pastillas de toda índole mientras duerma en la clínica. Sin embargo, me desliza furtivamente las pastillas. Sabe que me hacen mal. Sabe que me hacen mal y sin embargo me hacen feliz. Las tomo. Duermo o creo que duermo.

Ella jala el suero y la morfina para que yo pueda caminar al baño a orinar. Ella me ve orinar. No deja de asombrarme que de ese colgajo comatoso, decrépito, hayan salido dos vidas deslumbrantes, las hijas que ella me dio, las hijas que ella me dio contra mi expresa opinión, las hijas que ahora llegan a visitarme con un cuadro pintado por la mayor y con galletas de chocolate horneadas por la menor.

Ella y sus dos hijas, ella y mis dos hijas: tres mujeres de una belleza resplandeciente, sobrecogedora, que de pronto iluminan y alegran ese cuarto lóbrego. ¿Es la morfina o soy el hombre más afortunado de este hospital?

Ellas me besan, observan las vendas ensangrentadas que cubren la herida, me hacen bromas, comemos galletas, tomamos Coca-Cola (que le enfermera me ha prohibido) y de pronto anuncian que tienen que irse.

Ellas son así, siempre llevan prisa. Toman clases de francés, de pintura, de equitación. Son chicas muy atareadas y con muchas amigas. Sus celulares suenan sin cesar. Nada las detiene. Cada una se mueve a su aire. Nunca me piden permiso. Me informan. Me cuentan. Me notifican.

Ellas se van a seguir con sus vidas de adolescentes felices.

Antes de irse, la mayor me cuenta que sus vacaciones de verano las pasará en casa de una amiga en New Canaan, Connecticut.

Para no quedarse rezagada, la menor me cuenta que ha sido admitida a un internado en Lausanne, Suiza, por seis semanas.

Fantástico, les digo, y recuerdo con nostalgia cuando eran niñas y las vacaciones más divertidas eran las que pasaban conmigo haciendo nada.

Mis hijas se van porque tienen que irse, la vida las espera, promesas de placeres furtivos aguardan por ellas: yo soy una rémora, un saco de papas, un cuerpo corrompido, su padre sedado, manso y sonriente, gracias a la morfina.

Ella se queda, ella siempre se queda cuando más la necesito.

Ella me dice que se quedará a dormir en el sofá.

Le digo que necesito escapar, que necesito que me ayude a escapar, que debo tomar un avión para llegar a una feria del libro al sur del país.

Me mira y se da cuenta de que no estoy bromeando, ya me conoce y sabe cuando hablo en serio.

Ella llama a la enfermera, llama a los doctores, les exige que firmen mi permiso de salida, esconde morfina en mis bolsillos, me sienta en una silla de ruedas, empuja la silla de ruedas. De pronto ella es Kathy Bates y yo, Jeremy Irons. ¿Qué me haría sin una loca adorable como ella?

Ella me sube a su auto a las cuatro de la mañana. Las clínicas no son muy distintas de las cárceles, le digo. Siempre sales peor de lo que eras al entrar. Siempre sales con un orificio que te duele. Ella se ríe y maneja con notable torpeza (siempre manejó con notable torpeza, salvo cuando me maneja a mí).

Ella me lleva al hotel, me acuesta, me da las pastillas, me acaricia la frente mientras balbuceo las ideas del discurso que daré la noche siguiente en la feria del libro. Estás loco, me dice. Todos en este país estamos locos, le digo.

Ella sale del cuarto para que llame a mi chico y le diga que estoy bien, que todo salió bien, que ya me operaron y escapé del hospital.

Ella extiende tres frazadas en mis pies, me besa en los labios y me dice que se va a dormir.

Duerme en la otra cama, le digo.

No puedo, me dice. Las niñas me necesitan en la casa.

Claro, las niñas, anda con ellas.

Ella se va pero en realidad nunca se va, ella siempre está conmigo, me trae galletas y me cubre los pies y me consigue morfina y me ayuda a escapar del hospital.

Ella sabe que estoy loco y que no tengo cura y que la mejor versión de mí es la que conoció hace veinte años y que la peor versión de mí es la que aún está por conocer. Sabiendo todo eso como sin duda lo sabe, ella no está dispuesta a dejarme, ya entiende que no pudo curarme, reformarme o adecentarme y que ahora solo puede acompañarme en esa segura travesía al abismo.


Ella no me pregunta por mis erecciones o mis orgasmos o mis hijos probables o improbables. Yo no le pregunto por sus amantes o por las cosas que hace con otros varones o por los amigos que la esperan con impaciencia en tal o cual ciudad. Ella y yo nos amamos como se aman los enfermos, como se aman los locos, como se aman los que saben que ya no pueden separarse y que uno verá morir al otro y se ocupará de enterrarlo (y sin duda será ella quien me vea rendirme cuando no queden ya fuerzas para seguir librando esta batalla contra no sé quién, contra no sé quiénes, contra casi todos, menos ella, mis hijas, mi chico y alguna gente más que ya no recuerdo por la morfina).

El bulto era benigno. Menuda sorpresa. Si benigno era el bulto, benigno ha de ser el pecho que lo alojaba, mi pecho, mi pecho de murciélago, mi pecho de gaviota.

Es probable que hayan removido los últimos centímetros benignos que quedaban en mi organismo. Maligno es todo lo que queda. Maligno, malvado y malicioso.

Cuando despierto, ella está allí. Me ayuda a desvestirme, a quitarme las vendas, a retirar los parches adheridos a mi pecho, a ducharme, a jabonarme los testículos. No todos los hombres tienen a una mujer dispuesta a jabonarles los testículos. Uno de los doctores me ha dicho, palpándolos con curiosidad, que tengo los testículos más grandes que ha visto en su vida. También me ha dicho, mostrándome unas bolas de madera, que los peruanos tenemos los testículos más grandes del mundo, pero que los míos son más grandes que los de un peruano promedio. De lo que puede deducirse que soy un gran peruano o un gran huevón (más probablemente, lo segundo). En cualquier caso, ella me baña, me seca, me viste y me ve partir al aeropuerto.

Ella sabe que estoy loco y que no debería subirme a ese avión. Ella sabe que estoy desobedeciendo a los médicos y arriesgando mi salud. Ella sabe que mi vida consiste precisamente en arriesgar mi salud. Ella sabe que ese viaje, ese evento público, aquel discurso ante una multitud, esa infinita firma de libros legales y piratas son una manera de seguir arriesgando mi salud.

Ella sabe todo eso, lo sabe todo sobre mí. Pero tal vez no sabe esto: que cuando estoy solo la extraño más que al prozac, más que a la morfina. Y que cuando esté por morir el último beso quiero que sea el suyo, el suyo, el de mis hijas, el de mi chico, y finalmente el suyo".
Fuente: http://jaime-bayly.com/wp/?cat=3