Renuncio a cualquier intento de seguir aparentando lo que no soy, a seguir siendo dulce de día y amarga de noche, a vivir en la condescendencia para evitar la trifulca, a decir que sí cuando de mi boca se resbala un rotundo no.
Renuncio al hecho de no poder hacer oídos sordos a las necedades de los ignorantes y a tener que aplaudir las mediocridades, a recompensar al menos esforzado y a sentir lástima por todo aquel que la sociedad señale con su frío dedo acusador.
Me rehúso a tener que seguir usando zapatos cuando me matan las ganas de sentir las piedras de la vida hundirse entre la carne de mis dedos, me resisto a seguir siendo obediente cuando lo único que me llena es la irreverencia del desacato.
Me niego a seguir en la fila cuando lo único que quiero es correr paralela a ella palmeando la cabeza de los somnolientos que la siguen, me niego a pintar sólo sobre papel cuando quiero llenar el mundo de colores.
Me opongo a tener que tararear cuando solo quiero cantar hasta que se me desgarre la garganta, me opongo a tener que seguir llorando a escondidas y en la penumbra cuando lo único que quiero es que el mundo entero se entere de mi dolor.
Me niego a silenciar mi opinión cuando lo único que me importa es que ésta sacuda mentes.
Renuncio a la idea de ser alguien que no quiero ser, renuncio a mi vida perfectamente confortable a cambio de un poco de tempestuosa inestabilidad.
Renuncio a mi utópica realidad sólo para poder sentir un buen golpe en la cara. Renuncio a las mentiras piadosas que me receto a diario a cambio de un futuro retador e incierto.
Renuncio a tener los pies aprisionados a la tierra para saltar al vacío de la aventura infinita.
Me rehúso a seguir bostezando cuando hay suspiros amontonándose en mis pulmones, a doblar las rodillas para recoger mis frutos cuando los más jugosos se yerguen en los árboles por encima de mi cabeza, a no poder amar con la intensidad que necesito sin tener miedo a no ser correspondida, a no reírme de mi inmensa y sabrosa estupidez.
Me niego a suicidar la dosis de inocencia que aún habita en mis adentros, a desaparecer el dulce que guardo bajo mi almohada.
Renuncio al feminismo enfermizo sólo para dejar salir a mi hombre interno a tomar una cerveza en el bar.
Renuncio al tortuguismo mental y al despilfarro de cerebros, a la duda frente a lo obvio, a las preguntas estúpidas.
Renuncio a los silencios vacíos que duren más de dos minutos, a la soledad que no sea restauradora, a la agonía ante lo inciertamente hiriente.
Me rehúso a tener unos dientes perfectos y alineados cuando mi sonrisa debe ser muda, correcta e insípida.
Me rehúso a tener que callar mi carcajada cuando ésta es la única que sabe lo feliz que puedo estar.
Me niego a pesar menos para encajar más.
Me niego a dejar mis vicios porque me recuerdan lo humanamente imperfecta que soy.
Renuncio a pagar por pecados ajenos, que cada quien se queme en su infierno particular. Renuncio a mi inmunidad para pagar los delitos cometidos.
Me resisto a la idea de que no existen castillos en el cielo, sirenas en el mar, otros como yo y otros como tú.
Me niego a terminar de madurar, a dejar de correr bajo los aguaceros, a bañarme los domingos, a escribir lo que pienso, a demarcar límites, a sentir vergüenza, a dejar de escuchar música de viejitos.
Me niego a la idea de que no puedo ser diferente al resto y que debo seguir el patrón de vida del rebaño social del cual soy parte.
Me rehúso a negar mi existencia y a mantenerme en el exilio.
Y vos, a que renunciás?