Cuando escuche música déjame bailar al ritmo de mi corazón, sin la cadencia y gracia de un bailarín experto, llegará el momento en que mis pasos torpes no serán bien vistos.
Déjame chillar cuando algo me haga daño, cuando algo me moleste y me irrite, llegará el momento en que los demás callarán mis gritos y harán oídos sordos a mis quejas.
Déjame reír desaforadamente, deliciosamente y sin medida, llegará el momento en el que tendré que apaciguar mi algarabía y emplasticar mi sonrisa para que no sobrepase los límites de lo permitido.
Cuando me des de comer déjame meter las manos y saborear con el tacto lo que otras manos han cosechado, llegará el momento en que sólo por medio de utensilios fríos de metal podré llevar bocado a mi boca.
No me obligues a besar o abrazar a quién no quiero, déjame amar a quien siento que me ha amado, llegará el momento en que el beso de mi boca se prostituya y que llame amor a todo lo que me puede parecer que lo es.
Déjame llorar hasta que se me contraiga el pecho, hasta que me corran los mocos y la saliva por las mejillas y el mentón, llegará el momento en que en las horas oscuras tendré que hundir la cabeza en la almohada para que no me escuchen sollozar.
Déjame morder los dedos de mis pies y jugar con ellos, llegará el momento en que tendré problemas hasta para atarme los zapatos.
No me obligues a hacer mis gracias y trucos frente a todo el mundo, déjame hacerlo por iniciativa propia, llegará el momento en que me veré obligado a hacer los trucos que los demás me impongan a cambio de un salario.
Deja que me queje cuando quien me alza o abraza es alguien no grato para mí, llegará el momento en que me tendré que conformar con vivir rodeado de necios, ignorantes y arrogantes que constantemente me estarán picoteando los ojos.
Déjame ser dulcemente femenino y tiernamente masculino, déjame ser sutilmente asexuado, llegará el momento en que lo dulce y tierno de mi ser dictará de qué sexo me ve la sociedad.
Deja que me arranque las prensas del cabello o que tire al suelo mi gorra, llegará el momento en que me tendré que regir por una etiqueta y un protocolo.
Déjame comer tierra, coleccionar piedras y besar periquitos, llegará el momento en que necesitaré de aventuras de infancia que contar.
Déjame temblar de miedo y llorar de angustia a causa de la lluvia, el trueno o el monstruo del armario, llegará el momento en que le perderé el temor a lo que debería temerle de por vida.
Déjame decirte “te amo” mil y una vez aunque estés cansado o se te queme la cena, llegará el momento en que no nos tengamos mutuamente para decirnos cuanto nos queremos.
Con amor para Emily