Después
de muchas experiencias, tropezones y situaciones amorosas desafortunadas más de
una de nosotras, en algún momento de la vida, se ha hecho esta pregunta, LA
pregunta.
Y es
que estoy casi segura de que la mayoría de nosotras hemos presenciado,
escuchado por teléfono o leído en un mensaje cómo nos hacen pensar que las del
problema no somos nosotras pero al fin y al cabo toda la culpa es nuestra.
“Ya
no eres la de antes”, “Me he dado cuenta de que somos muy diferentes”, “Realmente
no eres lo que yo busco”, “Por tu bien es mejor dejarlo hasta aquí” ,
“Definitivamente no somos el uno para el otro”, “No te has dado cuenta pero has
cambiado”, “ Vos sabés, muy en el fondo, que esto no funciona” son frases que
han caído sobre nuestras cabezas como un baldazo de agua fría a través de la
historia, y así como comunes son ambiguas porque al final se supone que “no
eres tú, soy yo el del problema”.
Y es
en este momento de duda, momento en que ya ni sabemos quienes somos, cuando emergen
las consoladoras, que con una incuestionable buena intención tratan de acabar
con nuestro mar de lágrimas y mocos, pero que a la postre fortalecen el
sentimiento de no saber quien carajos somos.
“Él
se lo pierde”, “Es un imbécil”, “Ese mae está loco”, “Dios sabe por qué pasan
las cosas”, “Al final terminó siendo como todos los demás”… la dolida y
desubicada víctima del abandono escucha silenciosa los comentarios de todas las
féminas cercanas a ella: madre, hermanas, hijas, amigas, compañeras de trabajo
y aveces incluso la misma exsuegra y excuñadas, todas agregándoles a las frases
dosis de dramatismo derivadas de sus propias experiencias.
La
doliente escucha y mentalmente repasa las imágenes, actitudes y acciones que
ilustran cada frase, sabe que algunas el tipo se las merece, otras tal vez no,
porque habremos quienes nos sabemos inocentes de cualquier acción que atentara
con la relación, en otras ocasiones sabemos que hemos metido la pata pero no
queremos aceptar nuestra culpabilidad y en otras no tenemos la menor idea en
qué fallamos.
¿Podrían
acaso esos pelagatos, ingratos, malos hombres, insensatos y malhechores tener
la decencia de agendar con cada una de nosotras una cordial reunión en la cual
nos señalaran nuestras faltas?
¿No
sería más fácil corregir lo que se tenga que corregir cuando tenemos la certeza
de qué es eso que está chueco en nosotras?.
¿No
es acaso un acto de misericordia hacia la recién abandonada señalarle sus
faltas para que ella trabaje sobre ellas (si le da la gana)?.
Puede
que el resultado de esa retroalimentación no sea más que composta humana, pero
nos puede ayudar a delinear con un trazo más fino el perfil de hombre que
queremos de nuestro lado y dejar de “pifiarla” tanto.
Nada
perdemos al buscar explicaciones, todas tenemos derecho a un recuento de los
daños.
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