Así me encontré una tarde noche de jueves, sintiéndome una falsa bohemia (la música no contribuía a darle el toque final a la atmósfera digna de un errante, le sustraía el color sepía a la escena).
El bar vacío, a no ser por la mesera somnolienta, el bartender añejado y por un Shakespeare inmortalizado en cuadros al estilo pop art, gravados y alguna otra aberración artística.
Eran apenas las 6, faltaba una hora todavía para la película, "la teta asustada" (espero que ninguna de las mías salga afectada psicológicamente o con un cuadro de nervios alterados).
Mensajes van y vienen, estoy matando el tiempo a punta de teclazos de celular.
Inevitablemente pienso en que este lugar es perfecto para un encuentro fortuito, siniestro, prohibido... una mesa más a la derecha y estaría sentada en el lugar perfecto para robar un beso; tal vez una luz defectuosa que deje de agonizar y extinga su ruidoso parpadeo podría ser el preludio para pensar en algo más. Las posibilidades muchas, la mente poderosa y el cigarro asesinado en el fondo del cenicero.
Aún falta media hora y siento como si ya me salieran raíces, raíces afianzadas al suelo desde siglos atrás. Shakespeare me mira con cierta intriga, como queriendo adivinar mi siguiente movimiento: un sorbo de gaseosa o un beso al cigarro tal vez?.
Maniobro el tabaco como una bengala frente a su mirada de grafito y papel, esperando que siga la luz de la ceniza incandescente...
Pobre de mí, pobre de la que espera vida en algo inanimado!.
Sólo 8 minutos han transcurrido en el perezoso andar del tiempo, pero ya no importa, no hay prisa en mis pestañeos ni premura en mis pies, puedo quedarme aquí el resto de la vida y fumarme hasta que me consuma.
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